Sentiste la pisada de mis pies,
los cuales calentaste con tu fuego,
por mis plantas penetró tu aroma,
suaves y diversos perfumes ambientaron mis pensamientos.
Cuán feliz aun me siento de haber recorrido
de un lado hacia otro tus calles,
no buscando oro ni plata
mucho menos el diamante que te sobra.
Cada una de mis pisadas
coincidio con las del maestro,
por esa razón te besé con tanta emoción,
al tocar tu suelo, Jerusalem.
Mi alma y mi cuerpo fueron bañados,
acariciados por el rocío de un nuevo amanecer,
el cantar de las aves que anuncian con alegría
-es la tierra prometida-
Muchos dicen es un sueño, entretanto repiten con alegría
el que Dios me permitió, más yo aseguro que es un inmenso regalo
que el Cielo me otorgó.
Jesús el maestro recorrió sus calles
marchando como ovejas al matadero
llevando en su espalda una cruz
demostrando así el amor por los humanos.